Se calcula que hay entre 3 a 4 veces más adultos que niños con TEA.
Ha aumentado el número de personas que reciben diagnóstico en la juventud o la adultez. Una encuesta de la NAS en Reino Unido halló que el 71% de los autistas que tenían más de 55 años, había recibido su diagnóstico en los diez años anteriores. Esto puede deberse a que los criterios diagnósticos han cambiado en las últimas décadas, el nivel de información y conocimiento social era más limitado para las familias y había menos servicios y profesionales especialistas en el área.
Por otra parte, muchas personas con TEA de nivel 1, sobre todo mujeres, no recibieron diagnóstico en la etapa preescolar o de escuela primaria y hoy se sabe que la sobrecompensación y el masking también han influido para camuflar las características del autismo.
El enorme esfuerzo que supone el intento permanente de mimetismo social –reprimiendo conductas que puedan considerarse socialmente “diferentes”– puede conducir a una mayor incidencia de problemas de salud mental. Muchas mujeres con autismo se presentan inicialmente a los servicios de salud debido a otros síntomas, como trastornos alimentarios, ansiedad, depresión o trastornos del sueño.
La investigación actual muestra que 2 de cada 3 adultos autistas pensaron en el suicidio en algún momento de su vida.
Estos trabajos dan una señal de alarma y manifiestan la importancia de identificar factores de riesgo y factores de protección para poder realizar prevención. Es evidente que entre los factores de protección se encuentran los apoyos para la participación en la comunidad, la inclusión en contextos educativos, sociales y laborales.
El diagnóstico inicia un camino hacia la comprensión y a poder acceder a apoyos concretos para afrontar los grandes desafíos que plantea la vida social, académica, laboral o familiar. En muchas ocasiones, el comenzar a comprender significa tomar el control sobre sus vidas, con la oportunidad de abrir nuevos caminos y hacer del mundo un lugar menos hostil y amenazante.