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De diagnósticos, techos y rampas de despegue

Las etiquetas diagnósticas son fotos. No atrapan el movimiento vertiginoso de las películas. Necesitamos una foto. Pero también la película, que es dinámica y cambiante. Los sistemas de clasificación no pueden apresar un torrente de agua en una mano ni congelar en un puñado de criterios las singulares formas de la subjetividad. Por ello insistimos en que el diagnóstico es el punto de partida, es necesario para comprender, pero nunca es suficiente.

Es importante entender que el autismo es plural y diverso, que no hay un solo tipo de autismo. Hay personas diversas en las que los síntomas del autismo se manifiestan de formas diferentes y su evolución sigue disímiles trayectorias y caminos. Esos caminos suelen expresarse en las vías del desarrollo y en la dimensionalidad. Es decir, no solo se vinculan con el proceso de desarrollo de cada una de las áreas -relaciones sociales, comunicación y lenguaje, comprensión emocional, capacidades intersubjetivas y teoría de la mente, imaginación, simbolización, flexibilidad-, sino también con su dinámica de niveles dimensionales, que nos muestra que las competencias y adquisiciones no son “todo o nada», no se poseen como una “entidad», sino que son procesos constructivos.

No hay olvidar que las etiquetas diagnósticas son inventos de la cultura. No son cosas que un ser humano tenga incrustadas en algún rincón de su cuerpo. Por eso van cambiando, según la investigación avanza y la ciencia encuentra explicaciones más consistentes, aunque siempre provisorias.

La reflexión debería desplegarse no en el anquilosado discurso patologizador sino en el contexto de la neurodiversidad. De ese modo las diferentes trayectorias personales, los caminos que siga el desarrollo de cada quién, no habrán de ser considerados trastornos sino modos diferentes  de estar en el mundo, expresiones de la diversidad subjetiva.

Las etiquetas diagnósticas no pueden convertirse en profecías autocumplidas. Hay que estar alerta contra el efecto pigmalión negativo…
No podemos poner techo al desarrollo así como no podemos detener un tsunami con la compuerta de un dique.

¿Mi hijo va a hablar?¿Podrá aprender a leer? ¿Va a tener autonomía de mayor?
Mi primera respuesta es “no lo sé”. Porque no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que desde muy pequeño debería contar con todos los apoyos necesarios para superar todos los desafíos que se le presenten. Y eso aplica a cualquier niño o niña del mundo mundial.

Un diagnóstico no es un ancla, un techo o una barrera. Puede convertirse en una rampa de despegue. En un desafío para comprender mejor la situación actual y poner en marcha herramientas y estrategias para superar obstáculos, brindar oportunidades y potenciar el desarrollo y la calidad de vida.

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